jueves, 12 de julio de 2012

Bajo la sombra de un nuevo árbol


Dios ha muerto. Todos los hombres le hemos matado.
Todos piedras lanzamos pero Nietzsche fue el único que no ocultó la mano.
Pobres, pues, aquellos hombres que tarde descubrieron que habían gastado su vida en una farsa. Más suerte tuvieron aquellos que murieron sumidos en dulce ignorancia ya que la verdad les hubiera dañado más que mil dagas.

Pero, ¿en que consistía esta mentira dos veces milenaria?
Todo empezó con un hombre…
No, Jesús, no. Su nombre era Sócrates.
Sócrates, junto con su discípulo Platón, vivieron en una época donde la relación bueno-malo no era lo que es ahora. En aquella época, la Grecia arcaica, lo bueno no tenía connotaciones éticas ni morales, sino más bien aristocráticas. Características como la fuerza, el valor, el orgullo, el amor a la tierra, el arte era lo considerado como bueno y estaba relacionado con los nobles, la clase dirigente, mientras que características como la cobardía, la mansedad, la culpabilidad, la mediocridad era lo malo, y estaba relacionado con los esclavos.

Pues bien, Sócrates, al igual que Platón, eran unos hombres envidiosos y resentidos. Vivían en un mundo en el que estaban en desventaja, siendo cobardes y débiles.
Y a modo de venganza predicaron una inversión de los valores. Aquello que antes era malo, “la moral de los esclavos”, paso a ser lo bueno y la “moral de nobles” paso a ser lo malo.
Ahora eras bueno si te sumías en la humildad y en la mediocridad en aras de un mundo superior.
Eras malo si eras muy hábil en alguna tarea y debías sentirte culpable por ello para poder ser bueno.

Pero todo esto hubiera tenido fácil solución, todo esto podría haberse reparado con un poco de tiempo si no hubiera sido por una idea, tan seductora como destructiva.
El error dogmático más peligroso de toda la historia: “La idea del bien en si”.
Esta idea, a priori inofensiva, derivó en la creación de un mundo superior, de una existencia suprasensible, a la cual era posible acceder si se seguía la “moral de los esclavos” que, mira por donde, se había vuelto menos aborrecible debido a sus posibles recompensas.

Conceptos como premio y castigo habían aumentado su importancia exponencialmente, ya que la nueva filosofía se apoyaba en la codicia y en el afán de superioridad, en el deseo de renombre, características muy humanas.
Y el cristianismo hizo su aparición adoptando y adaptando la nueva filosofía a su ya existente parafernalia, trasformándola en religión. El mundo inteligible se convirtió en el paraíso y la idea del bien en si mismo, en Dios.

He aquí el siglo XVIII, la Ilustración ha llegado, pero el mundo sigue, de momento, sumido en el culto a la mediocridad. “La vida es sufrimiento, la vida es dolor”- dicen los sacerdotes. “El dolor purifica y hace de vuestras almas merecedoras de la verdadera vida, de la vida eterna. Esta vida es vacía y todo lo que hay en ella es impío”. En un momento dado dicen: “Puedes hacer un pequeño donativo con el que ayudaras a nuestra cruzada contra el mal…”

Hasta que un hombre, cualquier hombre, que hasta ese momento había estado escuchando atentamente las palabras de este ministro de Dios, empieza a dejarse llevar por sus propios pensamientos.
Poco a poco, la incredulidad que minutos antes ya había conquistado y colonizado su mente, se empieza a hacer notar en su rostro. De repente se levanta camina hasta el púlpito y, sin saber que esta a punto de encender el incendio más grande jamás visto, se gira de cara a los asistentes y tiembla mientras empieza a preguntar: ¿Por qué  Dios necesita nuestro dinero?, ¿Por qué Dios nos da habilidades y a la vez exige que nos arrepintamos de tenerlas? ¿Por qué…?

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Dios ha muerto, le hemos matado entre todos. Y sobre la tierra sobrevino el nihilismo. Desilusionados, los hombres se resignaron a la realidad: la vida carece de significado. No hay recompensas, no hay paraíso: ¿De que sirve vivir?

Pero Nietzsche, de corazón indómito, no se amedrentó con tal panorama. Sabía que cuando los valores platónicos-cristianos que habían regido la sociedad durante siglos cayeran, otros mejores y más verdaderos surgirían para reemplazarlos…
Y si no surgían, los crearía el mismo.

“La vida cambia”, pensó Nietzsche. “Los seres vivos no se contentan con protegerse, alimentarse y reproducirse. De ser así la vida se estancaría, pero en lugar de eso cambia, mejora, evoluciona, según decía aquel naturalista inglés”.
La simple supervivencia es una consecuencia de un deseo aún mayor. Un deseo perpetuo de todo ser vivo de ir mas allá de todos de todo, de ir mas allá de si mismo mas allá de la muerte. Este deseo, no de supervivencia, sino de supravivencia, esta impreso en todo ser vivo.
Esta es la voluntad de poder.

 Y siguió pensando: “Si no hay un mas allá, si la gran farsa ha sido descubierta, si solo existe esta vida, ¿que me pasará después de la muerte?
Solo se me ocurre que después de la muerte hay vida. Pero no una vida superior, ni siquiera una vida diferente, sino la misma vida que deje atrás.”
El eterno retorno es uno de los conceptos más complicados de toda la filosofía.
Consiste en la repetición eterna de la vida sin ninguna variación. Esto es, que tras tu muerte volverás a nacer de la misma madre y volverás a tener las mismas experiencias y los mismos pensamientos exactamente en el mismo orden y morirás en el mismo momento sin posibilidad de variación y así por siempre.

Dios ha muerto, y su caída debe arrastrar consigo al hombre para dar paso al superhombre.
El superhombre une los conceptos del eterno retorno y de la voluntad de poder y los convierte en los cimientos de su vida. El superhombre no acepta reglas que no hayan nacido de él. El superhombre sigue una moral de nobles, se siente orgulloso de lo que es y de sus capacidades e intenta corregir sus discapacidades. Acepta la voluntad de poder y la emplea constantemente. El crea su propia escala de valores, el decide lo que es bueno y lo que es malo en su vida, de esta forma erradica la culpabilidad. Ama la vida y este mundo. Acepta el eterno retorno, y no solo eso, lo ama, puesto cuando toma una decisión realmente la quiere tomar y no se arrepiente de sus actos.
El superhombre obra de modo que un horizonte de infinitos retornos no le intimida; elige de forma que si tuviera que volver a vivir toda su vida de nuevo, pudiera hacerlo sin temor.
Todo esto se resume en una sola cosa: El superhombre surgirá cuando el hombre logre vivir sin miedo.

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Nietzsche murió solo, mudo y sumido en la demencia. Fue siempre un maestro sin discípulos. El escribió para las generaciones venideras porque sabía que sus ideas jamás serian aceptadas en su tiempo.
Sabía que cada palabra que escribía, que cada trazo que realizaba le relegaba cada vez mas al ostracismo.
Sabía que jamás recibiría ovaciones, que nadie jamás le diría “bien hecho” o “tienes razón”.
Sabía que los niños huirían de él, que los hombres le mirarían con desdén y las mujeres con oprobio. Sabía que le llamarían monstruo, hereje, loco y cosas peores, pero él no desistió.

Y no continuó porque pensara que tenía que hacerlo, o porque pensara que tenía una deuda con la humanidad, ni siquiera porque pensara que era lo correcto.
Lo hizo porque quizás otros lo habían pensado pero solo el tuvo el valor para afirmarlo. Lo hizo porque esa idea, ese pensamiento, esa filosofía era lo mejor de si mismo.
Nietzsche no dejó guiar su vida por reglas ajenas sin siquiera cuestionarlas.
Era demasiado obstinado para ello. Y esa obstinación fue uno de los mayores regalos que ha tenido la humanidad.

A Nietzsche la vida siempre le dio limones, pero Nietzsche no hizo limonada.
Eso hubiera sido demasiado fácil.
En lugar de ello, Nietzsche quemó las semillas y de las cenizas plantó un árbol totalmente nuevo cuyos frutos no se basaban en mentiras ni engaños, sino en un verdadero amor a la vida y todo lo que hay en ella.
La vida esta llena de penas y glorias, la vida es en parte tristeza y en parte alegría, y el viejo maestro lo sabía.
Nuestra tarea consiste no sólo en aceptarlo, sino en saborear cada segundo de alegría y aprender de cada segundo de tristeza. En poner todo nuestro ser en cada cosa que hagamos puesto que sólo existe este cielo y esta tierra, sólo existe esta vida.
Y nosotros sólo tenemos que vivir.

By Diomedes